
¿La baja natalidad puede convertirse en una oportunidad para la educación?
La disminución en el número de nacimientos ya se refleja en las aulas del país. Aunque representa un reto, esta transformación también abre la puerta a repensar la calidad, la cobertura y el uso de los recursos educativos.La disminución en el número de nacimientos ya se refleja en las aulas del país. Aunque plantea desafíos, la menor demanda escolar también abre la oportunidad de reorientar el gasto hacia una educación con mayor cobertura, más calidad y equidad.
La alarma apenas se enciende, pero el fenómeno lleva años. La natalidad en Colombia está cayendo de manera sostenida. Según las Estadísticas Vitales del DANE (2024), entre 2015 y 2024 Colombia registró el nivel más bajo de nacimientos en la última década, lo que confirma un cambio estructural en la dinámica demográfica.
La tasa de reemplazo (número de hijos por mujer necesario para mantener constante la población) ya está por debajo del umbral de dos hijos. El resultado: la población colombiana comenzará a decrecer, y sus efectos ya son visibles, particularmente en el sistema educativo.
De jardines vacíos a colegios cerrados
La primera señal del cambio se da entre los más pequeños. Jardines infantiles y colegios reciben cada vez menos niños. “En ciudades como Bogotá, colegios privados de mucha tradición han tenido que cerrar o reducir su operación”, explica Hernando Zuleta, decano de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes. Instituciones que antes iniciaban el año escolar con tres cursos por grado, hoy apenas logran llenar dos.
En el sector privado, este ajuste se da con relativa naturalidad: sobreviven los colegios con mejor calidad o gestión. Pero en el sector público, el proceso es más complejo. Allí se requieren decisiones políticas para cerrar o reorganizar instituciones, pues existen umbrales mínimos de atención que deben cumplirse.
Más presupuesto por estudiante, ¿mejor calidad?
“Con menos estudiantes en las aulas, el dinero disponible por cada uno podría aumentar de forma considerable en los próximos años. La lógica es simple: educar a uno o dos hijos con un mismo ingreso no es lo mismo que educar a seis. Lo mismo aplica al sistema educativo: si el presupuesto se mantiene estable, pero hay menos alumnos, habrá más recursos por estudiante”, resalta el economista.
Según las proyecciones, el gasto promedio por alumno crecerá de manera sostenida: pasará de cerca de cinco millones de pesos en 2025 a más de seis millones en 2050, y podría alcanzar casi 8'5 millones en 2070. Si los recursos del Sistema General de Participaciones no disminuyen, la caída en la matrícula se traducirá en una mayor inversión individual, al menos durante las próximas décadas.
Ese aumento en el gasto por estudiante podría convertirse en mejoras concretas:
- Ampliación del Programa de Alimentación Escolar (PAE).
- Implementación de la jornada única en un mayor número de colegios.
- Otorgamiento de subsidios de transporte para estudiantes en zonas rurales dispersas.
- Reapertura de internados escolares en regiones estratégicas.
- Creación de becas para que estudiantes con buen desempeño accedan a colegios de alta calidad, públicos o privados.
El cambio demográfico también tendría un impacto directo en la calidad educativa. La disminución en el número de estudiantes ofrece una oportunidad para reducir el tamaño de los grupos en las aulas, una medida que históricamente ha estado asociada con mejores resultados de aprendizaje.
La evidencia respalda esta relación. Asistir desde edades tempranas a clases con menos alumnos no solo mejora el rendimiento académico en el corto plazo, sino que también tiene efectos duraderos en las tasas de graduación y en los logros alcanzados a lo largo de la vida. Así lo señala la Nota Macroeconómica 40 “Cambio demográfico y educación básica y media en Colombia”, elaborada por la Facultad de Economía de Los Andes.
Este escenario exige una reorganización de la planta docente en al menos dos frentes: la reasignación de maestros entre instituciones y la incorporación de proyecciones demográficas en las decisiones de contratación. Aunque contar con menos alumnos por aula puede mejorar los procesos de aprendizaje, también será necesario optimizar la distribución de personal sin perder de vista los principios de equidad y calidad.
Eso sí, estos ajustes solo generarán efectos positivos si se acompañan de una política educativa decidida a elevar la calidad docente, una tarea aún pendiente en Colombia. “La forma más efectiva de mejorar la calidad de los profesores es a través de evaluaciones con consecuencias reales. Pero en Colombia, esto sigue siendo un reto político enorme”, advierte Zuleta, coautor de la nota macroeconómica.

La educación como motor de formalidad
“Uno de los efectos indirectos más importantes de una mejor educación es su capacidad de reducir la informalidad laboral, que hoy afecta al 56 % de la población ocupada. Si se logra una educación más pertinente y de calidad, más personas podrán integrarse al mercado formal, aumentando así los aportes al sistema de pensiones en un país que, a futuro, será cada vez más envejecido”, resalta el doctor en Economía.
Aunque el fenómeno de la baja natalidad es nacional, sus impactos varían por región. El caso de Barichara, en Santander, es un ejemplo claro: allí, colegios han visto una drástica caída en matrícula, y no hay claridad sobre cómo garantizar la educación a los pocos niños que quedan en zonas remotas.
“Frente a este panorama, garantizar la sostenibilidad del sistema exigirá decisiones cuidadosas en la reorganización de la infraestructura y la planta docente. La eficiencia en la asignación de recursos será clave para mantener y fortalecer la calidad educativa”, concluye el académico.