Pasar al contenido principal
Texto alternativo imagen
Contexto

El incansable Mario Laserna

Artículo escrito por Álvaro Castaño Castillo, amigo de Mario Laserna Pinzón.
Mario Laserna Pinzon
Centenario
Universidad de los Andes
Uniandes
Álvaro Castaño Castillo

Habíamos pasado muchas horas de dolor durante los últimos días de esta terrible enfermedad llamada Alzheimer.

Mario estaba y no estaba y cuando estaba era más un paciente que un ser vivo. El encanto humano que lo caracterizaba había desaparecido totalmente para dar paso a un ser fantasmal, mucho más muerto que vivo. En realidad, Mario Laserna Pinzón se había esfumado, había desaparecido de este valle de lágrimas y sus encantos del pasado eran un recuerdo, un escarnio.

El tiempo ha borrado sitios y rostros. No importa. En la memoria siempre hay una equidad, una justicia. En este caso, por encima de las imágenes que se esfuman, sobreviven los grandes hechos que originaron la Universidad. Y surge, nítido, Mario Laserna. Él es el primer hecho. Tiene 24 años. Ha llegado de los Estados Unidos con una idea fija, obsesionada, que muchas personas consideran delirante: fundar una universidad, no una más, sino un plantel con núcleo humanístico, que rectifique las conocidas estructuras de la educación superior de nuestro país, que no dependa del Estado, donde se descarga toda responsabilidad, ni de la Iglesia y que desde estas alturas de Los Andes inicie un diálogo, una correspondencia con todos los centros de la cultura universitaria de Occidente. Los confidentes de Mario Laserna somos muy escasos al principio. A los pocos días son muchos más. Unos se apasionan, otros se interesan y otros, los más, siguen de largo.

Laserna no da tregua. Pide y obtiene citas en las gerencias de los bancos y de las grandes industrias; detiene a las gentes en la calle; visita a cualquier hora las casas de sus más allegados y de los menos allegados también si en ellos entrevé alguna luz de eficacia para su idea.

Era el año de 1948. Las llamas del 9 de abril en Bogotá prestaron a las advertencias de Laserna, una claridad inopinada...

Alberto Lleras quien, como todos recordamos, solía observar en silencio a los hombres sin prodigar elogios, nos dejó, sin embargo, la más certera y afectuosa definición que se recuerde de Mario Laserna.
“Estamos deteniendo por unas horas la carrera vertiginosa de un hombre mercurial para darle testimonio de nuestra amistad y admiración. Y nos encontramos perplejos ante su personalidad prematuramente enigmática”. Esto dijo el 14 de mayo de 1955, cuando le fue entregada la Cruz de Boyacá al fundador de la Universidad de los Andes. Y dijo muchas cosas más, como esta: “Laserna ha entrado en la vida de cada uno de nosotros de una manera diferente y, en la mayor parte de los casos, extraña”. Es imposible recordar los antecedentes de la fundación de la Universidad de los Andes sin hacerlo a través del Mario Laserna que a cada cual nos correspondió, de acuerdo con la advertencia de Lleras.

Porque a varios de los personajes de aquel tiempo les tocó en el reparto de los muchos Marios Lasernas, a un joven tenaz, impertinente, que los despertaba de un letargo de muchos años y les hacía ver, alargando su mano con la escudilla donde se depositaban los aportes, que “quienes solo hacen por sus semejantes aquello a que la ley los obliga no están cumpliendo a cabalidad con sus deberes, ni son buenos ciudadanos ni merecen la estimación ni el respeto de los demás”. A otros, otro Laserna, en un lenguaje más crudo, les decía: “En Colombia las gentes de dinero solo piensan en hacer más dinero, y convierten a sus hijos en administradores de ese dinero”.

Otro Mario Laserna, más respetuoso, visitaba a Albert Einstein, pedía consejos a Nicolás Gómez, explicaba a don Gustavo Santos que la Universidad proyectada habría de tener un Colegio de base humanística y que él, precisamente él, don Gustavo, era quien debía dirigirlo.

Y hay para mí el Mario Laserna que llegó un día a mi casa, a mi pequeño apartamento de recién casado y después de pedir a Gloria, mi esposa, una taza de aguadepanela y de contarnos que había llegado de los Estados Unidos el día anterior, comenzó a exponernos su obsesión: estaba decidido a fundar en Bogotá una universidad que habría de significar para el país una nueva propuesta. Necesitaba adeptos, amigos que siguieran su idea y le acompañaran decididamente en la realización de este propósito. Ya había hablado en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, con José María Chaves, con Francisco Pizano, con Roberto Rodríguez, con Jorge Franco; en Princeton con Jorge Méndez, y ahora regresaba a Bogotá para iniciar el asedio a la ciudad adormecida. “Estamos sentados sobre un barril de pólvora”, recuerdo que decía y recuerdo también la famosa frase: “Tenemos que educar a los dirigentes del país” que hoy, cincuenta años después, no ha perdido su fuerza. Esta frase y otras más que proclamaba en aquellos días suenan tal vez a lugares comunes, en el oído de muchas de las personas que están reunidas en esta ocasión, pero debemos recordarlas y honrarlas porque en ellas se concentra toda la fuerza y la pasión que inspiró la fundación de la Universidad. Los recuerdos de viejos tiempos han quedado atrás.

Hoy sabemos que la Universidad ha penetrado intensamente la vida del país y lo ha servido y lo ha ilustrado. En la educación, en la ciencia, en las artes, en la administración, en la investigación, en la alta política, los egresados de los Andes han dejado una impronta de eficacia y dignidad. Por eso tienen la autoridad moral que se requiere para vigilar con severidad la marcha del Estado. Los fundadores, las directivas, los profesores, los estudiantes, los uniandinos todos, sabemos lo que la Universidad de los Andes ha significado y sigue significando para Colombia. No fue vana la Declaración de Principios que hicimos, comanda - dos por Mario Laserna, cuando nos comprometimos, entre otras consignas, a aceptar el dominio de la verdad.