Cuenta la anécdota que cuando el historiador inglés Malcolm Deas recibió el doctorado honoris causa de la Universidad de los Andes, durante la ceremonia de graduación del 25 de marzo de 2000, todo el auditorio se puso de pie para ovacionarlo. No era para menos ―él, para ese entonces, profesor del St. Antony's College de la Universidad de Oxford― ya llevaba casi cuatro décadas al servicio del estudio de la historia en Colombia.

Gustavo Bell Lemus, en ese momento vicepresidente de la República, tomó la palabra y exaltó a Deas. Lo denominó "un colombiano por conocimiento, pasión y convicción". Era justo el apelativo y la nacionalización simbólica. Este extranjero que había llegado desde la lejana Inglaterra a un territorio desconocido, en una época donde no era posible estudiar a Colombia al otro lado del Atlántico, porque no había fuentes ni tampoco interés de ahondar en la observación de la vida nacional de esta república sudamericana, tomó el aliento y el coraje necesario para ponerse la escafandra y ahondar en las profundidades del país. Lo hizo así hasta el final de sus días.

En su extraordinaria manera de analizar los grandes temas nacionales, Deas estaba alejado de los lugares comunes, de las conclusiones superfluas, de los axiomas, de la simplificación y de los mitos alrededor de la colombianidad. Creía en la singularidad de las historias regionales, en que el país no es la única sociedad con problemas, y (en un tono esperanzador) resaltó que no es cierto que haya una brecha insuperable entre los fenómenos de violencia, valga la pena recordar su frase: “Colombia a veces ha sido un país violento”; un recordatorio para aquellos que afirman que los colombianos están condenados a vivir en una violencia perpetua.


Foto: Dirección de Comunicación Estratégica

Su primera conexión con la realidad colombiana fue en Los Andes

El único colombiano que Malcolm Deas conocía antes de venir a Colombia era al expresidente Alberto Lleras Camargo, de quien jocosamente dijo en una entrevista con Razón Pública, “era una eminencia, pero no era exactamente un enchufe para la vida diaria”. De manera que su casa originaria, a finales de 1963, fue la Universidad de los Andes. Aquí tuvo su primera oficina, su punto de aterrizaje, donde el guía esencial para sus incipientes años de “submarinismo” fue su amigo Fernando Cepeda Ulloa.

El mismo Cepeda Ulloa, exvicerrector, definió al historiador británico en una semblanza para el País de Cali como “original e influyente” y afirmó: “No sé de algún otro observador extranjero que haya dedicado sesenta años a conocer, explicar y plantearse interrogantes sobre nuestra historia”. Fueron años y años de obras destacadas presentes en libros, capítulos, revistas e incluso periódicos, entre las que resaltan: “Colombia. Mirando hacia adentro”, “Intercambios violentos y dos ensayos más sobre el conflicto en Colombia”, “Las fuerzas del orden y once ensayos de historia de Colombia y las Américas” y “Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literaturas colombianas”, entre otras.

Los claroscuros de las profundidades y la generosidad de su heredad

Ahondando en aguas inéditas, llevó la contraria. Absorto en sus razones, bajó al fondo para conocer la perla y la sombra. Como lo señaló en El Tiempo, su amigo, el economista Santiago Montenegro, llegó para aprender y enseñar, pues su obra no se ciñó a escuelas, modelos y metodologías preestablecidas; para entender a Colombia viajó en el tiempo al siglo XIX y comparó transversalmente a la sociedad colombiana con otras sociedades, tal vez por eso fue que su trabajo fue vital en el Centro de Estudios Latinoamericanos adscrito al St. Antony’s College.

A los 82 años y a días de su fallecimiento, el 29 de julio de 2023, sus amigos y quienes lo conocieron lamentaron su partida, ilustrando algunos de los rasgos más personales del historiador. Jaime Bermúdez Merizalde, miembro del Consejo Superior, resaltó la vocación de buzo del inglés al sumergirse “en las capas complejas y difusas de la sociedad, de los archivos, de la cultura, del poder, de las imágenes y la fotografía, de los matices y los prejuicios, de las visiones de expertos nacionales y extranjeros que buscaban dar respuestas acerca de lo que es Colombia”. El exrector Alejandro Gaviria destacó la afición de Deas por los libros viejos, su ironía permanente, su escepticismo y su predilección por las anécdotas reveladoras que resumían la esencia de lo colombiano; y el profesor emérito Manuel Rodríguez Becerra hizo hincapié en el legado que dejó en los “cientos de discípulos [que] disfrutaron de sus inigualables tutorías y conferencias en la Universidad de Oxford”.

Discípulos como Mónica Pachón, profesora del Departamento de Diseño, politóloga y magíster en Ciencia Política de Los Andes, quien recordó que conoció al profesor Malcolm Deas en aquella celebración del honoris causa. La generosidad del historiador quedó grabada en ella: “Malcolm significó el comienzo de mi vida profesional, porque cuando me fui de Colombia y llegué a Oxford, no tenía clara mi agenda de investigación y fue él con quien descubrí lo que más me gustaba en la política y aprendí también a analizar, de forma comparada, la experiencia colombiana, que tanto se ve desde un lente parroquial, y no a la luz de otras experiencias”, recordó.

Sin dudas, Deas fue un hombre que quiso a Colombia y a los colombianos, un historiador sagaz, que se opuso a la ‘cultura de la violencia’ o, mejor, a la odiosa etiqueta del país violento. Pero su amor no le arrebató el sentido crítico para decir que, así como en el país hay democracia e instituciones sólidas, siguen siendo unas incógnitas dignas de reflexión: el “leguleyismo empedernido, el caparazón de indiferencia frente a la violencia, especialmente la violencia lejana” y la débil capacidad del Estado para hacer frente en todo su territorio.

Un escafandrista que sentó las bases, desde sus ideas, para generaciones posteriores de pensadores que buscan comprender a Colombia a partir de la peculiaridad de su historia.
Escrito por:

Luis Felipe Laverde Salamanca

Periodista