27/02/2017

Oso Andino: buscan claves para su conservación

En los próximos 30 años, el Oso Andino perdería cerca del 30 por ciento de su hábitat.
Bambi (en la imagen) es una de los ocho osos de anteojos que habitan en la Fundación Bioandina.
Bambi sostiene entre sus patas una tusa trajinada. Juega con ella. Tan pronto percibe las voces y olores de sus visitantes —los osos de anteojos tienen un olfato entre 100 y 200 veces más agudo que el de un perro— detiene su actividad, se aproxima a los extraños y, erguida sobre sus patas traseras, lanza un fuerte gruñido, en posición de defensa.

Luego, camina de un lado a otro en su recinto, con cierto desespero.

Años atrás, perdió el ojo derecho por causa de un golpe que le propinaron los dueños del circo itinerante que la capturó en Ecuador. Tampoco tiene uñas en sus patas delanteras. Se las arrancaron de un tajo, por la pueril pretensión de convertirla en atractivo de feria.

Volvió a la libertad hace una década gracias a la gestión del médico veterinario Orlando Feliciano, reconocido defensor de fauna silvestre y director de la Fundación Bioandina Colombia. A este centro de rehabilitación de especies de alta montaña,

Bambi llegó preñada, enferma y prácticamente ciega.

Hoy, recuperada, robusta y de buen semblante, pasa sus días en este parche de bosque, de 54 hectáreas, en compañía de otros 600 animales, también en recuperación. Con ella, son seis osos de anteojos, de diferentes edades, en este fragmento de páramo y bosque alto-andino ubicado en Guasca (Cundinamarca), a 2700 metros de altura. Otros dos residen en el centro de rehabilitación ubicado en Mesitas, también bajo el cuidado y supervisión de Orlando.

La bióloga y microbióloga uniandina Andrea Borbón es una de las asiduas visitantes de la Fundación. Movida por el deseo de contribuir a la conservación del oso andino, especie emblemática del país —y cuya imagen aparece en la menuda moneda de 50 pesos—, esta joven de 23 años se dedica a estudiar la composición de la microbiota intestinal (Comunidad de microorganismos, la mayoría benéficos, que se alojan en el intestino y cumplen funciones vitales para la función digestiva y protegen el cuerpo contra microorganismos perjudiciales) de la bella y carismática especie.

Tal vez el aporte más útil de analizar la microbiota del oso andino, explica la investigadora, es el relacionado con el manejo nutricional que podría hacerse en cautiverio, no solo para los individuos que se van a reintroducir, sino para aquellos que deben permanecer en centros y zoológicos.

A futuro, dichos análisis también podría ser útiles para mostrar de qué manera la degradación del hábitat puede afectar la salud de los osos silvestres; de continuar su fragmentación y disminución, habrá menos parches para obtener alimento y la primera afectada será la diversidad microbiana gastrointestinal.

A la fecha, Borbón ha analizado las muestras fecales de 23 individuos silvestres de la zona del pantano de Martos —reserva ubicada en Guatavita por la cual transita el mamífero— y de ocho que permanecen en cautiverio en la Fundación Bioandina, dos de los cuales se intentará reintroducir en un área del Putumayo.

“En los osos en cautiverio la microbiota intestinal es menos diversa —sentencia—. Hay ausencia y reducción de grupos funcionales de bacterias relacionados con la actividad enzimática necesaria para degradar polisacáridos presentes en las plantas y extraer la energía proveniente del material vegetal, su principal alimento”, explica la investigadora.

En otras palabras, como acota la microbióloga Martha Vives, vicedecana de investigaciones de la Facultad de Ciencias de la Universidad de los Andes: “En los herbívoros, buena parte del metabolismo del alimento depende de microorganismos que viven en el tracto intestinal, dado que las células animales no degradan sustancias complejas como celulosa y lignina. Los herbívoros dependen de que los microorganismos presentes en su tracto intestinal desdoblen esos compuestos complejos para liberar azúcares más simples para que puedan ser absorbidos. Hay bacterias que cumplen dicha función que están reducidas o ausentes en los osos que viven en cautiverio”.

Por ejemplo, el filo Fibrobacteres, que contiene bacterias encargadas de degradar la celulosa de las plantas, está presente en los osos silvestres, pero no en los cautivos. En estos últimos, tampoco existen las familias de bacterias Lachnospiraceae y Ruminococcaceae, claves para la degradación de celulosa y hemicelulosa.

Los análisis de la microbiota intestinal muestran que en los osos en cautiverio hay una reducción de la diversidad bacteriana cercana al 60 % con respecto a los silvestres. Este tipo de perturbación, señala Andrea Borbón, podría conducir al desarrollo de enfermedades. En humanos, por ejemplo, se ha asociado la obesidad con microbiota intestinal poco diversa.

“Todo esto nos lleva a pensar que la tenencia de osos de anteojos en cautiverio y su dieta asociada pueden afectar la diversidad funcional de bacterias en el tracto gastrointestinal, y esto tiene implicaciones en su salud nutricional y el tipo de recursos que pueden usar”, agrega la bióloga.

En cautiverio, los osos han reportado enfermedades como alopecia, infecciones gastrointestinales y obesidad; y esto cobra sentido con la significativa reducción de la microbiota que detalla Andrea en sus análisis.

¿Cuál es la utilidad de esta investigación?

La dieta de un oso en cautiverio se compone de frutas (sandía, papaya, banano, mango), cereales y concentrado. En su vida andariega y silvestre se alimenta, particularmente, de plantas de páramo como las puyas (bromelia gigante) y frutos de bosques altoandinos. Consume casi 114 especies vegetales. Por eso, Su microbiota intestinal está adaptada para comer plantas y la mayoría de las bacterias que están en su tracto son las que están presentes en los animales herbívoros.
Sin embargo, en las áreas donde la agricultura y la ganadería han invadido su hábitat, puede, de manera oportunista, consumir ganado”, afirma. Los osos, además, tienden a ser carroñeros y se comen las reses muertas; todo lo anterior ha generado una percepción negativa y ha suscitado retaliaciones de algunos campesinos de la zona, que los cazan y asesinan.

Igualmente, está haciendo un monitoreo de los cambios en la microbiota intestinal de dos individuos (de año y medio aproximadamente) que se encuentran en proceso de enriquecimiento nutricional para su reintroducción. “La idea es ver si, de alguna manera, este acondicionamiento de dieta moldea la microbiota intestinal al punto de asemejarse a la de un individuo silvestre”, agrega.

“Con este trabajo, el primero de este tipo que se desarrolla en osos, podríamos determinar, si es necesario dar prebióticos o probióticos a los osos para favorecer el ajuste de esa microbiota alterada”, explica la microbióloga Martha Vives. En los niños, por ejemplo, una microbiota inmadura se asocia a retrasos en el desarrollo, malnutrición y problemas digestivos.

Según el Programa Nacional para la Conservación en Colombia del Oso Andino, en los próximos 30 años la especie perdería cerca del 30 % de su hábitat por causa de la tala indiscriminada del bosque, la expansión de la frontera agrícola, el cambio climático y la degradación del suelo.

“En Colombia, como en el resto de países donde habita, es una especie vulnerable. El decrecimiento de su población se debe a la pérdida de la conectividad de sus hábitats, por el conflicto oso-humano y por su cacería”, afirma Robert Márquez, investigador asociado del Wildlife Conservation Society (WCS), entidad que protege la fauna y los lugares silvestres alrededor del mundo.

Ante la dificultad de medir el tamaño de la población del mamífero en Colombia —cifras especulativas hablan de 3000 a 6000 individuos—, Márquez sostiene que la ocupación es un indicador algo más próximo de la presencia real de la especie a lo largo de un área: en un rango de 0 a 1, por ejemplo, Nariño tiene una ocupación de 0.76; en el Parque Nacional Natural Farallones, el promedio de probabilidad de presencia del oso es de 0.75 y en Chingaza, pasó de 0.78 a 1. “En este último es posible que esté aumentando la población pero también que, debido a un mayor conflicto oso-humano fuera del área protegida, haya individuos ingresando a la zona, huyendo de la presión” explica Márquez, con más de diez años de experiencia en el estudio de la ecología del oso andino.

Para un oso de anteojos, dice el experto, la protección de un área de 3800 km cuadrados aseguraría su presencia a largo plazo. Actualmente, junto con Parques Nacionales Naturales, la WCS adelanta un programa de conservación de la especie basado en criterios biológicos, a fin de minimizar las amenazas que hoy la acechan. Uno de estos ejercicios de preservación se lleva a cabo en el Parque Nacional Natural Farallones, en un área de 11.000 kilómetros cuadrados.

Tradicionalmente, el oso andino ha sido cazado para consumir su carne y usar su grasa, cráneo y garras como elemento mágico o insumo medicinal. También ha sido perseguido por la predación de algunos animales domésticos y el consumo de cultivos como el maíz.

Osos andariegos y escurridizos

Orlando Feliciano y Alejandro Fernández —quien desde hace más de 20 años le sigue los pasos al oso— son capaces de reconocer a cada individuo peludo por sus manchas faciales, que a la postre se convierten en su ‘huella dactilar’.
Alejandro —quien monitorea fauna silvestre desde la Corporación Autónoma Regional, CAR— es capaz de percibir su presencia a varios metros de distancia. Llama avistamientos a estos encuentros fortuitos, algunos de los cuales han quedado plasmados en cachuchas y camisetas que viste con orgullo.

Según Feliciano, unos 60 o 70 de ellos, naturales del Macizo de Chingaza, se mueven entre Cundinamarca, Boyacá y Meta. En su desplazamiento ayudan a propagar semillas y conservar bosques.

“En el piedemonte llanero se los ha visto a 600 metros de altura y por esta zona de Guasca y Guatavita, a 3800 metros”, dice Feliciano.

El oso andino, nativo de Suramérica, mide entre 1 y 2 metros de alto y pesa entre 60 y 175 kilos. Habita los bosques húmedos de las cordilleras, los páramos y algunas zonas semiáridas. Hace presencia en 23 Parques Nacionales Naturales del país.

Llegando al pantano de Martos, en una nueva visita que Andrea Borbón hace a la zona para recoger muestras fecales del oso silvestre, Alejandro detiene el vehículo de un momento a otro. Al bajarse, señala emocionado la presencia de pelo en una cerca. “Por esta senda, que va de Guasca a Gachetá, han cruzado un promedio de 18 a 20 osos desde el 2013”, relata.

Durante el recorrido por la reserva, que ocupa un área de 12.500 hectáreas, muestra orgulloso las marcas de las garras que los osos han dejado en los gruesos troncos de los árboles gaque. Allí han armado ‘camaretas’ en la parte más alta; también lo han hecho entre las rocas que están próximas. Y los indicios de su ‘nido’ temporal son los rasguños y algunas deposiciones. Andrea recoge una fracción de ellas.

“Las hembras utilizan estos troncos para enseñarles a trepar a sus crías”, indica Alejandro. En registros de video, captados por cámaras-trampa instaladas en el área, han quedado tiernas imágenes de osos que nadan, se rascan contra troncos y juegan con sus crías.

A lo largo del camino aparecen las abultadas puyas, plantas de páramo de gran tamaño que representan un kilo del alimento que el oso necesita —ellos consumen la cuarta parte de su peso en alimento—. Varias están desgarradas. Es un rastro más del mamífero en el lugar.

Al final de la visita, Andrea y Alejandro deciden emprender un recorrido adicional por otra senda del oso silvestre, cercana al pantano. Si tienen suerte hallarán heces más frescas y avistarán un nuevo individuo, andariego y huidizo. Ha sido una jornada de aventura y aprendizaje.

Pasos para la reintroducción

Se estima que las autoridades ambientales recuperan entre tres y cinco oseznos al año, pero solo uno o dos logran ingresar a centros de rehabilitación con miras a culminar su crianza y ser devueltos a la vida silvestre.
Un oso puede tardar de cuatro a cinco años en rehabilitarse. “Cuando se acerca la liberación, el 80 % de su dieta es de monte, tiene poco contacto con personas y se refuerzan los estímulos negativos asociados a la cercanía con los seres humanos”, afirma Orlando Feliciano. Además, debe haber aprendido a reconocer a sus pares y a sus predadores.

Según la Unión Internacional para la Conservación de la naturaleza (UICN) existe un alto desconocimiento sobre el éxito de la reintroducción de fauna silvestre. Más de la mitad de los individuos liberados muere, particularmente por hambre o porque otro animal (muchas veces sus congéneres) los ataca.

“En ciertos casos, son liberados sin contar con la suficiente experticia para captar alimentos y en un área donde existen muchos individuos de su especie que, a la postre, terminan compitiendo con él por espacio y alimento. Es importante que al liberar a un oso o cualquier otro animal se haga en áreas con pocos individuos, para evitar competencia, y donde no tenga contacto con la gente, que podría terminar cazándolo”, puntualiza Márquez.
 

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