02/03/2017

Mompox: Un tesoro bien guardado

Mompox, Bolívar (Colombia)
En 2015, el municipio celebró la inauguración del puente de Santa Ana —que une a Bolívar con el Magdalena y facilita la llegada a Mompox desde otras zonas de estos departamentos—; ahora sus habitantes esperan con ilusión y algo de incertidumbre la apertura del de La Reconciliación que los conectará por completo con el resto del país. Para unos facilidad de acceso significa progreso; para otros, estar expuestos a perder su identidad, seguridad y cultura.
Óscar Pupo, propietario de Lácteos La Villa
Óscar Pupo, propietario de Lácteos La Villa
La hermana de Óscar Pupo ayuda en el negocio de Lácteos
La hermana de Óscar Pupo ayuda en el negocio de Lácteos
Mompox, Albarrada
La revitalización de la Abarrada de Mompox ganó Bienal de Arquitectura Colombiana.
Sandy Lucía Alcocer
Sandy Lucía Alcocer, orfebre
Javier Vicente Salas Marín
Javier Vicente Salas Marín, orfebre.
Susana Baza
Susana Baza, ebanista
Mompox, Bolívar (Colombia)
Óscar Pupo, propietario de Lácteos La Villa
La hermana de Óscar Pupo ayuda en el negocio de Lácteos
Mompox, Albarrada
Sandy Lucía Alcocer
Javier Vicente Salas Marín
Susana Baza

Autor: Anamaría Leaño Bermúdez

a.leano@uniandes.edu.co
 

Hace más de 100 años, Santa Cruz de Mompox, una población colonial del departamento de Bolívar bordeada por el río Magdalena, era uno de principales puertos fluviales de Colombia; pero un día la naturaleza cambió el cauce de las aguas y quedó convertido en una isla. Sus saberes, oficios y edificaciones, declarados Monumento Nacional por el Gobierno en 1959 y Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 1995, quedaron congelados en el tiempo e inquebrantables en una tierra segura que parecía cada vez más lejana.

Hasta el año pasado el viaje era igual al que emprendió Candelario Obeso, uno de los grandes poetas colombianos, en 1866 cuando salió a recorrer el río para llegar a estudiar a Bogotá. La travesía se hacía en mototaxi, planchón y por carretera y tardaba mínimo dos días. Para muchos de sus habitantes esa dificultad le agregó otra pizca de encanto al lugar que Gabriel García Márquez dibujó en varias de sus historias.

Ahora cuando la conexión con el resto del país se está haciendo realidad, los momposinos tienen sentimientos encontrados: están felices porque saldrán del aislamiento, pero temorosos de que la inseguridad, la violencia y otros males que les son ajenos lleguen a sus calles.

Los estudiantes del curso Internacional de Verano Gobernanza y Desarrollo Económico en Ciudades Pequeñas e Intermedias, organizado por el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (Cider), de la Universidad de los Andes, al que se unió la Dirección de Patrimonio del Ministerio de Cultura, conocieron de primera mano cómo se preparan los protagonistas de las pequeñas industrias de Mompox para esta inminente apertura. La Nota Uniandina los acompañó.

Los encantos de una tierra

“El desafío más grande es que sigamos siendo un sitio al que se llega por el deseo de conocer que atrapa a la gente. Por las ganas de ver nuestra cultura, de probar nuestra comida, de admirar nuestra madera y filigrana y no convertirnos en un lugar de paso. Queremos crecer y estar abiertos a nuestro país y al mundo, pero también seguir siendo reconocidos por lo que somos y por lo que tenemos”, afirma María Bernarda Palomino, secretaria de Educación, Cultura y Turismo, un cargo creado por la administración que comenzó hace seis meses.

Y es que Mompox tiene mucho para mostrar: pisar su territorio es estar rodeado de mariposas amarillas y buganvilias moradas. Es vivir el Realismo Mágico por el que Gabo es reconocido en el mundo. Es enamorarse del brillo de los ojos de cada momposino que te da la bienvenida con una hermosa sonrisa. Es reconocer al instante que estás en un lugar distinto, apartado de un país que ha sufrido la guerra y que ha impregnado a tantos de maldad.

Su sol es ardiente, radiante, intenso. Calienta sin clemencia hasta los 40 grados, pero no quema; cautiva y cubre con un brillo especial los colores de construcciones coloniales y las calles que permanecen en pie en el centro del pueblo, fundado en 1537 por Don Alonso de Heredia, según unos historiadores, y en 1540 por Juan de Santacruz, al decir de otros.

Es el sol al que le cantó Obeso: “Nací humilde y soy fuerte... Nací en un clima ardiente y el sol de mi patria se concentró en mi pecho...”, tal como dice el comienzo de uno de los versos de Lecturas para ti. Los escribió a la distancia, basado en el recuerdo de la magia y la fuerza de su ciudad natal.

Y el que sedujo a Richard Mc-Coll, un periodista inglés que decidió quedarse, se casó con colombiana y montó La Casa Amarilla, uno de los hoteles más populares. “Llegué a Mompox en la Semana Santa del 2007 y encontré un lugar único. Un pueblo que guarda la bondad del corazón de los colombianos y que tiene un auténtico sabor costeño. Caí enamorado inmediatamente”.

Es la misma sensación que experimentan otros viajeros. Porque conocer tres calles basta para caer redondo ante sus encantos. La calle Real del Medio, la de la Albarrada y la de Atrás están llenas de historias y de gente dispuesta a contarla. La del Medio —justo al lado de dos de las casas coloniales más reconocidas: la de la Cultura y el hotel Doña Manuela—es la de los talleres de filigrana, en donde familias enteras trabajan con hilos de oro y plata, tan gruesos como un cabello, en la elaboración de delicadas joyas. Si pasas a la de Atrás comienzas a ver el abrebocas de la ebanistería momposina, que se aglomera completa en el Sagrado Corazón —fuera del centro—. Y si vas por la calle de la Albarrada disfrutas del paisaje y el fresquito que trae caminar por la orilla del río, mientras pruebas dulce de limón y queso en capas que te ofrecen en cada esquina.

Mompox es y será porque fue

Los cambios empezaron mucho antes de que el proyecto para construir los puentes se concretara. La Semana Santa dejó de ser la única temporada en la que la que el municipio supera su capacidad hotelera.

Con el Mompox Jazz Festival, evento internacional que se celebra en octubre en las calles, el turismo creció y para este año esperan 3500 visitantes, el 100 % de su oferta hotelera. Anualmente recibe cerca de 12.000 turistas.

El Festival Náutico, en julio, también cobra fuerza y cientos de embarcaciones, principalmente de Antioquia, llegan a las orillas del río para pasar el fin de semana.

Paso a paso la comunidad se ha organizado. Muchas familias transformaron sus casas con aires acondicionados, lencería y cocinas más grandes para prestar el servicio de hospedaje. La producción de filigrana y ebanistería crece al igual que la de los quesitos en capas y los dulces que se distribuyen por los hoteles para asegurarse de que en cada lugar haya un sabor tradicional.

La lucha por mantener la identidad de Mompox es diaria. Sus habitantes, marcados por la fuerza y la humildad de sus tradiciones, se esfuerzan por preservarlas y potenciarlas.

Orfebres, artesanos y cocineros se organizan y trabajan para que sus productos no pierdan autenticidad. “Hace más o menos 8 años nos sentíamos excluidos del progreso del país, pero ahora, gracias a Dios, nos empezó a cambiar el panorama con infraestructura. Tenemos más expectativas de lo que puede ser un buen futuro”, recalca Óscar Pupo, propietario de Lácteos la Villa, queso en capas de Mompox.

Pupo aprendió la receta desde niño. Era el oficio de su abuelo, y él, mirando y ayudando, se quedó con el secreto. Hoy es el principal productor de su municipio y con asesoría del Ministerio de Cultura y de ONG, su negocio es una oferta moderna con sabor ancestral. “Quiero que los que nunca han escuchado de este quesito lo conozcan. Pero como es, sin variar la receta”, cuenta mientras muestra la máquina que consiguió para empacarlos al vacío con el fin de conservar el sabor y facilitar el transporte.

Los artesanos hacen lo propio con sus joyas. Y los más jóvenes, cuyas ilusiones todavía están intactas, crean organismos independientes para trabajar, como el caso de Sandy Alcocer, quien junto con José Antonio Roche conformó el grupo de artesanos jóvenes independientes. “Mi sueño es que todos unamos fuerzas y que este legado —que es elaborar joyas en técnica de filigrana momposina— pueda ocupar importantes mercados”, comenta, al tiempo que termina de enhebrar un hilito de plata en una herramienta de acero para darles forma a unos aretes que espera vender en la próxima feria de Artesanías de Medellín, donde participará de la mano de Artesanías de Colombia.

“Mi papá me enseñó. Me mostró los escalones y yo los seguí subiendo hasta convertirme en la primera y única ebanista mujer de aquí”, relata Susana Baza cuando comienza a narrar su historia, pegada a la cabecera de una cama que está en construcción. Trabaja en el taller de su vecino entre un tapete de viruta que cae de las mecedoras, camas y muebles que fabrican. “La madera permite que lo que imaginas se haga realidad. Me gusta todo de mi trabajo. Lo único que nos falta es que el Gobierno nos apoye así sea con un seguro médico porque los accidentes con estas máquinas son bien serios”, dice mientras levanta la mirada sin que desaparezca la sonrisa.

Trabajar con sus manos y con el corazón en lo que sus abuelos y padres les enseñaron desde que eran unos niños no es lo único que tienen en común los momposinos. En medio de sus conversaciones siempre resalta un sueño: quieren ser los protagonistas del desarrollo que viene para su tierra. Quieren caminar hacia un mismo lado y crecer con lo que tienen, de la mano de las personas que estén dispuestas a ayudarlos, sin desplazarlos

El valor del proyecto académico

“Que la Universidad recolecte información, la analice y abra espacios de reflexión en torno a nuestra riqueza patrimonial y a los desafíos que enfrentan sus poblaciones es muy valioso para nuestra entidad”, Alberto Escovar Wilson-White, Director de Patrimonio del Ministerio de Cultura.

“Entender las dinámicas de los sectores, las oportunidades de negocio y la comunidad es importante para saber cómo es y puede ser su desarrollo económico”, Sergio Montero, Profesor del Cider.

“El potencial para el desarrollo económico es grande. Hay mucho por hacer, pero falta confianza en las instituciones, no existen fuertes redes de apoyo y la gobernanza no funciona. Eso se debe mejorar”, Karen Chapple, Experta en Planeación Urbana de la, Universidad de California, Berkeley. Profesora invitada al Curso Internacional de Verano del Cider.

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