Quisiera agradecer antes que toda la amabilidad de Pablo Navas, rector de la Universidad de los Andes, al brindarme la oportunidad para escribir este artículo de homenaje tanto a mi padre como a la Universidad de los Andes.

Cuando uno selecciona algún pasaje de la vida de un hombre, este no deja de ser, por más cercanos que seamos a esa persona, una selección arbitraria de lo que fue una mente y una vida compleja y a veces contradictoria. De esta manera y con estas reservas, escribo estas palabras con una serie de anécdotas que son parte del legado y un aspecto importante de la vida y obra de mi papá, Mario Laserna Pinzón.

Estamos celebrando no solo la vida de un hombre, sino una obra, su concepción y luego fundación, con varias personas, de la Universidad de los Andes. Me gustaría empezar, por diversos motivos, señalando que la conexión entre ese hombre y esa obra nos lleva a celebrar lo que fue en verdad una mentira piadosa. Y sí, esa es la verdad, porque mi papá estaba estudiando en la Universidad del Rosario y se volvió discípulo y amigo de Nicolás Gómez Dávila, quien vivía en el norte, al lado ya del Gimnasio Moderno, donde mi papá había terminado su bachillerato; bajo la tutela también de don Agustín Nieto Caballero, quien había sido un muy importante reformador de la educación en Colombia, introduciendo los métodos de Decroly y Montessori.

Mi papá comenzó a estudiar derecho en el Rosario hasta que un día dijo darse cuenta de que se iba a convertir “en un abogado de su papá”, Francisco Laserna, próspero hombre de negocios y arriero. Entonces, hablando con Nicolás Gómez Dávila, este le dijo que por qué no se iba a los Estados Unidos, donde mi papá había estudiado varios años de primaria. Entonces, mi papá escogió la Universidad de Columbia, más amplia que las otras (consideradas más wasp, digamos), y que tenía, además, a un gran teólogo católico que se llamaba Jacques Maritain. Entonces, mi papá le dijo a don Pacho Laserna, mi abuelo, que él se quería ir a los Estados Unidos, pero para estudiar química, porque vendría a manejar los laboratorios farmacéuticos que había fundado, los primeros laboratorios del país, laboratorios Quibi.

Mi papá se fue para la Universidad de Columbia, donde lo recibían para recomenzar y no le reconocían sus tres años en el Rosario. “Perfecto, que eso es lo que quiero”, respondió mi papá. Cuando llegó a Columbia, aunque tuvo algún contacto con él, Jacques Maritain se había ido como embajador de Francia en el Vaticano y mi papá terminó estudiando con Reinhold Niebuhkr, teólogo protestante, luterano muy importante.

Allá también conoció a diferentes personalidades prestigiosas, como el profesor Von Hildebrand, teólogo muy destacado y que enseñaba en la Universidad de Fordham. Columbia era una universidad protestante y Fordham había sido fundada como católica. A través de él convenció a su hijo Franz Von Hildebrand y a su esposa Gigi de que se vinieran a Colombia. Según ellos, también les echaron una serie de mentiras piadosas porque los convencieron de que les iban a dar una cantidad de beneficios que se fueron esfumando en la medida en que esta familia alemana se instaló en Colombia. Después ellos se negaron, pero finalmente se quedaron y fue ron en gran parte el alma de la Universidad en sus comienzos.

Volviendo a Columbia, un compañero de mi papá llamado José María Chávez y que luego de terminar en la Universidad del Rosario se fue allá a realizar un doctorado en derecho, le dio hospedaje y compartieron el último año de universidad. Él se volvió rápidamente un hábil consigliere que estableció la conexión con el más tarde presidente Eisenhower, entonces presidente de la Universidad de Columbia. José María Chávez después fue decano de estudios de la Universidad de los Andes, luego se fue del país y lo demás es una especie de mitología... José María Chávez era muy hábil y desmontó la oposición de la Javeriana y de los jesuitas a que se fundara una nueva universidad. A mi papá le ofrecieron, por ejemplo, la decanatura de ingeniería y le dijeron que no hiciera algo nuevo, que se fuera con ellos. Eso demuestra la flexibilidad jesuita. Pero mi papá quería crear algo totalmente nuevo para Colombia.

En el año 47, mi papá se fue para Oxford. Hizo escuela de verano y conoció mucha gente que después le serviría y ayudaría. Contaba que cuando viajaba de Oxford a París en bicicleta, para más tarde devolverse a Estados Unidos, vio la catedral de Chartres, a las afueras de París, y se le ocurrió la extraña idea de que Colombia necesitaba una universidad como la de Oxford. Independiente, abierta, laica, con un sistema de créditos y que impulsara las artes liberales.

Otro decisivo cuento ocurrió en Nueva York. Recibió un telegrama de su familia, en donde le decían que todos estaban bien a pesar de los insucesos del 9 de abril. Luego, en cine, vio cortos que reportaban el Bogotazo y, en la plaza Miguel Antonio Caro, en la calle 19 con 7ª, pudo identificar la casa donde vivían -por la ventana se veía Monserrate- y comprobó que se la habían quemado.

Volvió a Colombia, con tropiezos. De camino para Bélgica y en la ruta hacia Estados Unidos, en un tren, no encontró la billetera. “Bueno, voy a buscar en el equipaje”, se dijo, pero sus maletas las habían puesto en los vagones de atrás, zafados en una estación anterior. Le tocó devolverse, e ir incluso a la posada en donde se estaba quedando en París. Allí se dio cuenta de que los papeles estaban detrás de la cama.

A Bogotá llegó, entonces, en un ambiente post - 9 de abril a fundar, con unos amigos, una universidad no confesional e independiente. Nombró en el consejo directivo a diez liberales y a diez conservadores, cosa que separó a la Universidad de la política. Hizo que personas como Alberto Lleras se interesaran mucho en la Universidad desde temprano.

La primera persona “seria” a la que él convenció fue a don Roberto Franco, exrector de la Universidad Nacional, presidente de la Academia de Medicina, casado con Matilde Holguín de Franco (una de muchas hermanas y hermanos, hijos del presidente Jorge Holguín, provenientes de una estirpe académica). Y realmente mi papá convenció fue a doña Matilde, quien a su vez le pidió al doctor Franco: “Ayúdale a esos muchachos”. Entre ellos también estaba Jorge Franco Holguín, primer director de Planeación Nacional de Alberto Lleras.

También consiguió el apoyo de antioqueños cercanos a Hernán Echavarría Olózaga, uno de quienes fundan y promueven la Facultad de Economía.

Igualmente, en 1948, decidió casarse. Pero tal era la confusión que mi abuela y tía le preguntaban a mi mamá “qué era lo que había estudiado mi papá”, porque se había ido a estudiar química y había vuelto con otra cosa totalmente diferente.

Al buscar una sede encontraron a la venta un hospital, un asilo, atendido por monjitas. Don Pacho Laserna, antioqueño, pequeño, se secaba el sudor en la subida y decía: “Bueno, Mario... la verdad yo conozco toda la ciudad y no había visto esto. Si tú lo encontraste, está como predestinado. Te pago los primeros meses”. Así comenzó todo.

Claro que, antes de eso, don Pacho, aterrado de que su hijo se le convirtiera en maestro, fue donde mi mamá y le comentó, preocupado: “De pronto la deja en la ruina”. Entonces le regaló una finca, moviendo los dedos hacia la boca e indicándole que era un seguro para que tuviera con qué comer en un posible futuro. Mi abuelo, por un lado, ayudaba a mi papá y, por el otro, se preocupaba por mi mamá.

En Los Andes se reunió, entonces, un grupo heterogéneo. Gran parte de ellos tenían en común ser liberales o conservadores y, casi todos, eran del Jockey Club de la época, que luego dio una muy importante y generosa donación (25 fanegadas en Niza) a la Universidad. Eso lo impulsó su presidente, don Fernando Salazar Grillo, destacado empresario que firmó el Acta de la Fundación y que además era suegro de don Francisco Pizano.

Entre todos ellos estaban, por ejemplo, personas como Alfonso López Michelsen, no tan vinculado después pero sí en la fundación. También colaboraron en forma entusiasta Gustavo Santos (hermano del expresidente y primer decano de Estudios Generales) y Jorge Gaitán Cortés (primer decano de Arquitectura y más tarde Alcalde de Bogotá).

En los años siguientes, mi papá daba clases y arreglaba chapas. Cuando lo estaban buscando, decían que lo podían encontrar en cualquier sitio con una boina, arreglando unas chapas o moviendo mesas. Es muy importante señalar el impacto del profesorado extranjero y de tareas como reclutar gente de la categoría de Franz Von Hildebrand. Un vínculo muy importante con mucha gente de la postguerra se estableció a través, por ejemplo, de Mauricio Obregón, quien les pidió contratos. Su padrastro se llamaba Max Klein, vivía en Barcelona y era de una familia de judíos húngaros. Él les pidió 10 contratos para gente que salía de Hungría y no podía ir a Estados Unidos, pero sí a Colombia.

Tengo entendido que Peter Aldor, caricaturista influyente que también trabajó en El Tiempo, fue uno de ellos. Se quedó un tiempo largo en Colombia. Es importante señalar la importancia de quienes vinieron: Horvath, después las uniones con las universidades alemanas; Milton Eisenhower, que había sido presidente de John Hopkins... Y que esas conexiones internacionales ayudaron a hacer los intercambios con las universidades de Illinois y de Pittsburgh, con lo cual hubo generaciones que terminaron sus estudios en Estados Unidos.

En esa época nacieron mis hermanas mayores, “aunque era claro que la mayor y la predilecta era Los Andes”. En 1950, Peter Aldor le preguntó a mi papá si conocía al famosísimo matemático John Von Neumann e interpretando que le interrogaba por si sabía de quién se trababa, le respondió que sí. “Por qué no lo invita”, le contestó Aldor y cuando mi papá quiso saber qué haría el matemático en Colombia, le precisó: “Pues hombre, visitarme a mí, que soy su primo”.

John Von Neumann vino mes y pico y mi papá lo paseó por Ubaté y otros sitios así. Dio conferencias en los Andes, los estimuló mucho e invitó a mi papá a estudiar una maestría en Princeton, en filosofía de la ciencia y epistemología. Allí estaba la élite de la ciencia y la matemática, incluyendo a personas como Einstein, Gödel, Marston, Morse.

Se fue en el año 51 con toda la familia ante el asombro de mi mamá: “Mario, acabamos de fundar esta universidad, llevamos tres años y si tú abandonas esto, ¿qué va a pasar?”. Mi papá, de inmediato, dijo: “Liliana, si nos vamos un año largo y esta cosa no funciona con la gente involucrada y la estructura ya creada, pues no vale la pena”.

Esa fue una constante en la vida de mi papá y hubo gente sumamente importante en la historia de los Andes. Entre ellos señalaría a Francisco Pizano de Brigard, persona con la que yo crecí y que era, al menos entre los años 50 y 80 (incluso desde los 40) un discípulo de Nicolás Gómez Dávila y gran amigo y coequipero de mi papá. Algo así como lo fue Fabio Parra para Lucho Herrera. Yo lo veo así. Y Francisco Pizano le dio continuidad a la universidad y gran aliento, le gastó quizás más horas, pues mi papá siempre estaba viajando, haciendo conexiones y trayendo ideas nuevas. Él se veía como recolector o cazador de ideas nuevas por el mundo. Francisco Pizano fue, en ese sentido, “la madre de la universidad”. La arrullaba y la cuidaba mientras mi papá no estaba. Además de una serie de rectores cada vez más nuevos, de tecnócratas y académicos, de gente con interés en dejar un legado y que sabían que a la universidad no la controlaba nadie en realidad.

También es importante decir y señalar que mi papá, muy independiente en sus pensamientos, era muy dependiente. Se echaba la idea y después se iba, y los dejaba para ver si funcionaba. Ese fue en el caso con muchos amigos y pupilos, en especial Eduardo Aldana, Manuel Rodríguez Becerra y Fernando Cepeda. Hablaba de medio ambiente con Manuel Rodríguez Becerra hace 40 años, con Fernando Cepeda hablaban de política y con Aldana de educación.

Uno puede decir que en Los Andes había un balance. Mi papá, por ejemplo, siempre quiso que Fernando Cepeda fuera rector de la Universidad Nacional, pero otra gente del Consejo Directivo se opuso.

Y comenzó a ser este un legado pluralista de cosas muy diversas y de una visión que rompió el bipartidismo, un sitio en donde una especie de frente nacional sí floreció; y floreció como institución.

Hubo también gente como el señor William McCarthy, que representaba a General Motors y a la Fundación Ford, gente que creyó en el proyecto, y se llevaban y traían personas de Los Andes...

Caminando por la Universidad vi la placa de benefactores. Ahí, por ejemplo, están Loli Obregón de Echavarría, Virginia Obregón y muchas de las mujeres que participaron en la Universidad. Creo que debería estar Gigi Von Hildebrand, quien vivía dentro de la Universidad y fue el alma durante los primeros años. Ella les dio a los estudiantes la sensación de un campus, del ambiente de universidades europeas o norteamericanas.

Pero es fundamental esa placa de benefactores. Allí están también mi mamá, Liliana Jaramillo de Laserna; mi abuela... En fin, están las mujeres, que es lo más importante, y muchas de ellas serían las fundadoras, seguramente, si no hubieran nacido y estado en ese periodo histórico.

Sobre la influencia de las mujeres en la Universidad, quiero contar una anécdota. Nombraron de rector a don Ramón de Zubiría, que era uno de los grandes intelectuales de la Universidad. Sin embargo, era un desastre administrativamente. Fue entonces cuando mi papá decidió ir donde Gloria Zea, ya vinculada en esa época a Los Andes, y quien fue una de las primeras estudiantes y la que fundó la facultad de Artes. Entonces ella le dijo: “Voy a consultarle a papá”. Pues el papá (nada menos que Germán Zea Hernández, canciller, designado presidencial), llamó a don Ramón de Zubiría y le dijo: “Mi estimado Ramón, tenemos una situación muy grave con la reina Cristina de Holanda, aquí en la Haya. Necesitamos alguien de nuestra mayor relevancia y nuestra mayor importancia, cualidades humanas e intelectuales para representar dignamente a Colombia el servicio exterior”. Obviamente, don Ramón se sintió muy honrado, se fue de embajador y Los Andes cambió de rector. Esa técnica se llamaba promote out of the way.

Había gente que podía influir y que fue manejando la Universidad en momentos difíciles. Yo quisiera mencionar también que, en los primeros años, mi papá ejerció su olfato político que disimulaba muy bien bajo una especie de distracción, de gaze al nombrar a la mitad liberales y a la mitad conservadores en el Consejo.

Después vino el golpe de Rojas, lo cual muchos consideraron un golpe de opinión, antes de entrar Alberto Lleras y antes de que fueran con Mauricio Obregón, en una avioneta a Venezuela, a ofrecerle la rectoría al presidente Alberto Lleras. Mi papá ya lo había abordado y visitado en Washington en la OEA. Y mi papá decía que siempre lo había visto muy interesado en ese tema y le preguntaba detalles de la Universidad. Lleras respondió que no resistía un discurso más en la OEA y se devolvía.

No sé si antes o después, mi papá le consultó a Rojas Pinilla, y él le contestó que no tenía objeción en que Lleras regresara a Colombia. Mi papá siempre dijo que Rojas fue muy deferente con la Universidad y siempre la respetó. Alberto Lleras salió de la Universidad a fundar el Frente Nacional (seguramente lo concibió desde dentro). El régimen de Rojas luego tomó medidas que afectaron la libertad de prensa y don Mario decidió fundar en 1955 un periódico independiente con Pedro Gómez Valderrama que llamaron El Mercurio. Desde allí lanzaron ‘puyas al Gobierno’ como lo describe Alberto Lleras en carta enviada a Francisco Pizano en enero de 1956; y después de que cae la dictadura o “dictablanda” (como la quieran llamar), la Universidad acogió a personas como Abelardo Forero Benavides e Indalecio Liévano Aguirre, gente cercana a Rojas.

Los Andes fue siempre contracíclica y avanzada, porque lo que yo contaba que fue una mentira piadosa, termina siendo un acto de fe, porque en realidad ellos le dieron el Honoris Causa a Jorge Luis Borges. Y Borges, cuando vino, dijo que Los Andes había sido la primera universidad en tomarlo en serio. Él sacó su conclusión, y en uno de sus textos, pregunta “¿Qué es ser colombiano?” Y un profesor de Los Andes, que es el personaje del cuento, responde que ser colombiano es tener un acto de fe. Y en parte ese ha sido, y fue, y ojalá Dios quiera que siga siendo, el futuro de la Universidad de Los Andes.
Escrito por:

Juan Mario Laserna

Hijo de Mario Laserna y exsenador de la República